lunes, 10 de agosto de 2015

Rumbo a la idiocracia



Con el fin de ir dándole vida a este blog, aunque lo que realmente me interesa son los comentarios (el feedback) lo mejor es que empiece a tocar temas. Una primera idea sería ir explicando los distintos aspectos que aparecen en mi libro, pero como son muchos y muy variados empezaré a tocar un tema muy manido: la sociedad del futuro.

Este libro es un libro futurista. Eso quiere decir que habla del futuro, pero de un futuro alternativo - como posible. Dentro de la imposibilidad de un mundo tan especial con magia, extraterrestres y divinidades, busco estudiar cómo mentes escépticas podrían convivir sus percepciones con el modelo racional al que están acostumbrados. Se trata de uno de los temas clave del libro. Esto es, si el mundo del mañana fuera un hervidero de posibilidades mitológicas, ¿cómo reaccionarían las mentes escépticas?

¿Cuál sería el comportamiento de la población y cómo repercutiría en las futuras generaciones?



Sin embargo me centraré más en la idea de las futuras generaciones: ¿qué es la idiocracia? Para entender esa teoría del futuro lo mejor es ver la película con el mismo nombre, protagonizada por el que hacía de médico en Lost. Una sociedad la llamaremos en idiocracia cuando sus individuos consiguen colocar en el poder a los más estúpidos, debido a su carácter representativo. Posiblemente el acierto de elegir a sus verdaderos representantes convierta a esa sociedad en una forma de democracia, por lo que la idiocracia es un vicio de una sociedad libre y plural. Ahora bien, ¿cómo se sucumbe a ese vicio y cómo se retroalimenta?



Antes de nada, mencionar que en mi libro hago uso del término simiocracia, que viene a ser una sociedad que se ha puesto en manos de gente que le inspira confianza, debido a su cercanía en simplicidad. La simiocracia es capaz de poner al poder a George W. Bush, porque nos inspira confianza a la hora de tomar una cerveza en un bar con él y, por tanto, le daríamos las llaves de nuestra casa y nuestro futuro por muy estúpido que parezca. Sin embargo, aunque la simiocracia se parece mucho a la idiocracia, la idiocracia exige un componente tecnológico o burocrático para que se consolide.

Partiendo de una sociedad, por así llamarla, de las luces, es posible que la tecnología permita que los individuos vayan dejándose para que las máquinas se ocupen de todo lo demás. Esto es, hablamos de la posibilidad de que las máquinas se preocupen de hacer los trabajos más complejos y, por tanto, un humano, gracias a una interfaz amigable, podría clasificar y etiquetar fácilmente cualquier problema cotidiano que surja en el día a día. Es decir, hablamos de una sociedad donde los técnicos, poco a poco, han conseguido crear artefactos más y más específicos hasta el punto de que, muy posiblemente, ellos mismos sólo sean capaces de crear exactamente esos artefactos y poco más.



Podemos entender ahora mejor la crítica que recibió Microsoft al lanzar el Windows 95, más allá de que funcionara mejor o peor el producto. Muchos informáticos estaban preocupados por si la sociedad tendiera a una idiotización ya que las actividades llevadas a cabo por el sistema operativo eran independientes a cómo se comporta por dentro. Esa especialización nos llevaría a lo que años después se llamaría la ofimática: que es la informática de oficina, nada que ver con la informática. Y el caso es, por muy curioso que parezca, que hoy día se sigue confundiendo ambos términos, lo cual es una pista de la idiotización a la que tendemos: pues se espera del informático el que sea un experto en resolver los problemas de interfaz, como el que no se abra una aplicación, etc.

Una sociedad itiotizada gobernada por idiotas sólo podría encontrar en su principal líder una suerte de idiota privilegiado. Alguien con un cierto atractivo, que hable como el pueblo y que tenga una cierta preocupación para hacer que todo funcione. Sin embargo, ese líder tendrá un defecto congénito: será, posiblemente, el mayor de todos los idiotas. Y, muy probablemente, sea un adanista o un amante de adanistas y cualquier otra clase de tecnócratas invidividualistas: algo así como héroes de pacotilla.










En mi libro aparece la palabra idiota para intentarla rescatar del romano: uso como ejemplo que sólo un idiota se agacharía a coger una moneda mientras huye de un león. El término idiota está pensado para las personas que no conciben el valor de lo público si no es para su beneficio personal. Hoy día, el término idiota se viene sustituyendo por el término corrupto. Se podía encontrar a políticos sustituir la palabra corrupto por la palabra pillo. Y la cuestión es muy simple: etimológicamente hablando no puede ser que un pillo y un idiota sean sinónimos, ahí hay una mentira de por medio.



Cuando leemos a eruditos, que se les daban de filósofos, como Hegel: éstos solían distinguir la inteligencia del hombre macho de lo que era la aspiración intelectualoide de la mujer. Si bien el hombre era inteligente, la mujer sólo podía aspirar a ser astuta, pilla..., esos matices son los que hacen comprender el verdadero significado de la palabra idiota: el idiota es el que no sabe cómo funciona el mundo, cuando ya está metido en él. Puede maquinar, puede simular inteligencia, pero todo son apariencias..., conjeturas absurdas. 

Es como el que nunca ha aprendido a conducir un coche y pretende conducirlo en carretera sólo porque cree que ha visto al suficiente número de personas conducir. Sólo puede hacer como que conduce, cuando no lo hace. Todo lo más, sería un peligro al volante si consigue arrancar el coche. Otro ejemplo de la idea de idiota es el que cree que está trabajando de camarero sólo porque hace como que trabaja de camarero: puede que el existencialismo sea una idiotez en sí misma. Pero no voy a desarrollar temas que no vengan al caso.

El asunto es que gracias a una burocracia que funcione y al éxito de los automatismos, la ausencia de materia gris en la sociedad puede convertirla en lo que algunos preferimos llamar Tecnocracia, término que también menciono fugazmente en mi libro. En la tecnocracia lo que te diga el experto no se cuestiona, y ya no es una democracia, sino es la aceptación de la autocracia del experto sobre la decisión del pueblo. Debemos entender que cuando al pueblo no le importe si los expertos son tales, eso es o porque creen que los expertos nunca se equivocan o porque anteponen el corporativismo por encima de cualquier tipo de denuncia social.







No es difícil entender qué es el corporativismo, aunque lo dejaré para otra entrada como ejemplo de algo que no se da en mi libro; ya que el corporativismo, más allá de la definición sustitutoria dada por Mussolini al fascismo, es la aplicación de la misericordia en el mundo laboral: proteger lo inútil que es un compañero para que después a uno mismo también le protejan.

Cuando tenemos ese caldo de cultivo, una sociedad idiocratizada consigue encontrarse con la horna de su zapato cada vez que hay alguna clase de siniestro no clasificado. Entonces, pasarán días, semanas, quién sabe si meses, antes de que los expertos intenten juntarse para resolver un conflicto real y tangible que no era percibido por los automatismos y la burocracia. Sea como fuere, una idiocracia auténtica permite cegar a los individuos para que no tengan motivos de denunciar lo que sería objeto de denuncia. Tan pronto se antepone el corporativismo, después ya no se hace necesario, la sociedad se ha idiotizado hasta el punto de que nadie traiciona con denuncias a nadie.



Por tanto, de lo que hablamos es de una sociedad que ha conseguido que la mayoría piense de forma única: uno son los diez mil. Que del chino significa que lo que piense un chino, lo piensan todos. Los díscolos desaparecen y la democracia consiste en obedecer sin cuestionar. De esa manera, en cuanto aparece un díscolo, la sociedad lo etiqueta como si él fuera un tonto o alguna clase de repipi redomado con ideas tecnicistas y llenas de utopías y extremismos absurdos.

Si nos damos cuenta, la idiocracia es un sistema que se puede mantener estable siempre que se consiga defender la bipolaridad. Lo vimos en la alemania nazi, eran ellos contra nosotros. No obstante hay que tener cuidado, porque es fácil de confundir estos términos con la lucha de clases de Marx y, de ahí, contaminar el comunismo. Esto es así como que tanto el comunismo como la Revolución Bolivariana poseen características sutilmente peculiares que los separan de la bipolaridad. Hay que partir de que el marxismo acabó sucumbiendo en una doctrina económica-social con carácter dogmático, pues la ciencia no puede ni demostrar ni refutar tales posturas. De ahí emergería el comunismo, que aceptaría la postura de la lucha de clases como eje central: conseguir redistribuir las riquezas entre los que trabajan para fomentar el trabajo y la solidaridad. En definitiva es una postura tan respetable como cualquier otra, no hay bipolaridad en ese enfoque. En cuanto a los líderes de la Revolución Bolivariana, no deberíamos sucumbir al lenguaje de sus opositores, el político que se enfrenta contra la corrupción no tiene porqué mezclarse ni negociar con según qué tipos pues convertiría su programa en una idiotez. De ahí la sutileza.

El detalle puede entenderse con la llegada de Stalin, que adopta un modelo comunista basado en la eliminación de los díscolos. Ahí sí podemos entender que hay una cierta intencionalidad de idiotizar a la gente. Como enemigos naturales del stalinismo aparecería otra aberración, que sería el fascismo: la prevalencia de las clases. Es decir, para luchar contra la bipolaridad se presenta otro enfoque bipolar. Entonces, mediante la propaganda y el engaño se valen para decirles a los pobres incautos: comunismo es Stalin y capitalismo es Mussolini. Tienes que elegir: o eres fascista o eres estalinista.







Stalin ya se preocupó de acallar a los troskistas que le intentaban arrebatar la oficialidad del comunismo, pero la realidad es que ya aparecerían países comunistas que ni eran marxistas - pretender asociar al comunismo los fracasos de un país concreto es cuanto menos pretencioso por ser tan generalizador.

Mi libro, en definitiva, intenta preveer la aparición de ese tipo de partidos que, en realidad, fomentan la bipolaridad. Como la razón por la que en su tiempo aparecería la ONU, hay que aprender de la historia para que no se repitan los errores como lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial. Y, para ello, en ocasiones hay que mezclar el agua con el aceite. Por ese motivo busco defender las utopías desde la posición de los díscolos, para quienes quieran leerlo como si fuera una distopía.

Por ejemplo, intento mezclar el comunismo con la monarquía. En un capítulo se acaba explicando el porqué aunque, como es lógico, no tiene porqué convencer los motivos cuando éstos se acuerdan, a falta de taquígrafos, entre Luces y Espectros.



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